Se repite hasta la saciedad eso de tanto tienes, tanto vales y no sé hasta qué punto, en la era de la información, la frasecita sigue siendo válida. No hay más que ver los estragos que parece causar la riqueza: en el prestigio, la honorabilidad, la ejemplaridad, etc. No diré nombres porque los medios de comunicación ya se encargan de airear sus turbias y escandalosas vidas privadas. Total que el tener es evidente que no les hace ser personas decentes a demasiados ricos. ¿Les sirve, al menos, para ser todo lo felices que ellos quisieran? La preguntita tiene su miga y probablemente admite tantas respuestas como personas interpeladas. Yo me inclino más bien por el no y trato de explicarme. ¡Qué felicidad sería, para cualquier mantero, por ejemplo, alcanzar mi relativamente privilegiado estatus socio-económico y cultural en Euskadi! Si lo que tengo para unos es mucho e insuficiente para otros, me entra una duda. ¿Por qué iba a encontrar la tan escurridiza felicidad, sin más, solo por llegar a tener niveles de renta y patrimonio como los Ronaldo, Ortega o Bill Gates? Además, si hacemos depender la felicidad del dinero, ¿no estaríamos condenando a la infelicidad o desgracia a gran parte de la Humanidad?. No me cuadra. Más preguntas. ¿Seguro que los europeos, con nuestros egoísmos y miedos, somos más felices que los africanos, hambrientos quizá, pero con inmensas ganas de vivir? Me quedo con eso de? el dinero no da toda la felicidad. Por supuesto que es necesario para llevar una vida digna, pero acumularlo en exceso parece que daña el ser. ¿Hay alguna forma de evitar su efecto corrosivo en las personas, sin recurrir ni a la moralina, ni al buenismo? Igual es una tontería, pero le doy vueltas a una idea: compartir para ser felices, por puro convencimiento racional. Poner la felicidad en el recibir es dejarla en manos de otros y nos puede fallar. Si conseguimos ponerla en el dar, únicamente dependerá de nosotros mismos y nadie nos la podrá arrebatar. Tiempo al tiempo y a esperar que los ricos absolutos y relativos caigan-caigamos del guindo. Colectivamente se trataría de combatir la desigualdad, buscando fórmulas para una redistribución equitativa de la riqueza. Me sumo a la propuesta de un buen amigo: habría de diseñar un sistema económico alternativo al neoliberalismo capitalista, con dos premisas: 1. Que fuera favorable a la felicidad y a la autorrealización personal de todos. 2. Que no se basara, únicamente, en que los que lo tienen que manejar sean santos o personas perfectas. ¿A quién se lo encargamos en las próximas elecciones?