Apoco más de cinco días para que se produzca este próximo sábado el proclamado desarme de ETA, lo mejor que puede decirse cuando entramos en la semana decisiva es que, pese al tiempo transcurrido desde el anuncio y la toma de algunas posiciones en ambos extremos del espectro político e ideológico que podrían hacer peligrar el proceso, se mantienen las esperanzas de que realmente nos encontremos ante la oportunidad histórica de dar un paso de gigante en el fin definitivo de la organización armada. Los escasos pero significativos detalles del diseño del llamado día del desarme, las explicaciones aportadas por sus organizadores -como hizo ayer uno de los principales mediadores, Txetx , en la entrevista publicada por DNA-, los pronunciamientos -en general entre prudentes, prácticos y positivos- de organizaciones, partidos e instituciones y la distensión en la que está teniendo lugar el debate llevan a pensar en, como mínimo, un desenlace acorde a las expectativas más realistas para una entrega de armas definitiva, legal, verificable y total, aunque esto último es lo más cuestionable. Es reseñable, en este sentido, la apreciación del Foro Social Permanente, que ha destacado la “evolución positiva” de los gobiernos francés y español y en concreto del PP. Si las garantías anunciadas por los mediadores se cumplen en el sentido de que el acto multitudinario de Baiona -del desarme en sí, que tendrá lugar en otro lugar por motivos de seguridad, poco se sabe a ciencia cierta-, “no será una manifestación y menos aún una romería, fiesta o celebración”, que se hará “con absoluto respeto a todas las víctimas”, que no se verán humilladas y que las armas se entregarán sin manipular para que puedan ser investigadas, toda la sociedad se podrá ver aliviada, aunque en modo alguno agradecida a ETA. Su desarme no puede borrar su pasado de asesinatos, secuestros, amenazas y estragos. Por ello, el acto de Baiona corre riesgos ciertos, sobre todo el de contribuir a un relato equívoco que avale la teoría del conflicto mediante equiparaciones de violencias y víctimas que no serviría para deslegitimar el terror y que, por tanto, sí sería humillante, para las víctimas y para la sociedad vasca. Es precisamente lo que intenta la izquierda abertzale que, como indicó Arnaldo Otegi, quiere “saborear” el desarme de ETA como una organización “creada en este país, que va a desarmarse frente a este país”. Mal precedente.