El reconocimiento a quien ha sufrido el terrorismo halla resistencias impermeables al esfuerzo ya patente de la sociedad y sus instituciones, surgidas del drama pero afectadas muchas veces de diferentes intereses
La celebración en Gasteiz e Iruñea de sendos actos de reconocimiento a las víctimas del terrorismo en la víspera del Día Europeo que las recuerda supone un intento más de trasladar la solidaridad de las instituciones y la sociedad hacia quienes sufrieron el azote de la violencia, así como de hacer patente la asunción de los errores o distancias que, durante años, se han podido cometer o mantener en la atención que siempre han merecido y necesitado. Al mismo tiempo, sin embargo, ambos actos permitían constatar también ausencias que denotan la complejidad del problema. No en vano, el reconocimiento general hacia las víctimas del terrorismo, que hoy es ya patente en la sociedad vasca y en quienes la representan en las diversas instituciones de nuestro país, contrasta y se topa con actitudes y resistencias individuales, muchas veces surgidas del drama personal pero en otras ocasiones afectadas por intereses de índole muy diferente, que se mantienen impermeables tanto al esfuerzo que ya desde hace años se viene realizando por rectificar errores como al deseo de paliar las consecuencias humanas de uno de los episodios más dramáticos y vergonzosos de nuestra historia reciente. Así, en la concentración silenciosa que, organizada por el Gobierno Vasco, se realizó durante cuatro horas en Gasteiz, la ausencia de alguna concreta asociación de víctimas que pretende justificarse en la actitud del Ejecutivo presidido por Urkullu con la izquierda abertzale confunde el arrope y reconocimiento a las víctimas con posiciones políticas y premisas ideológicas concretas que podrían derivar a enquistarse en el sectarismo desde la ignorancia de la pluralidad que, sin embargo, presenta el colectivo de quienes han sufrido las consecuencias de la violencia. Ahora bien, aun en el caso de que esa confusión pudiera llegar a explicarse y entenderse con las consecuencias del drama personal que han padecido y padecen quienes forman esa asociación -o parte de ella-, no sería nunca justificación en quienes, como UPN y PP en Iruñea, consideran “incompatible” el reconocimiento a las víctimas de ETA con el de las víctimas de otras violencias asimismo ilegítimas y olvidan la responsabilidad inherente a la representación política de la sociedad al usar el dolor de las víctimas y su necesidad de reparación, pervirtiéndolo como herramienta de venganza y útil político.