El Consejo Ciudadano de Podemos -máximo órgano de dirección entre Asambleas de la formación morada- celebrado este sábado en Madrid ha supuesto el aperitivo del próximo congreso del partido, bautizado como Vistalegre 2, que se celebrará el próximo mes de febrero en medio de una situación interna muy convulsa que denota una dura pugna por el liderazgo y por la estrategia a seguir en los próximos años. El pacto de mínimos alcanzado entre los dos principales dirigentes, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, para la elección del equipo técnico encargado de preparar la crucial Asamblea de febrero no oculta las profundas divergencias que existen entre los dos principales sectores, a los que hay que añadir los anticapitalistas. El hecho de que ese equipo técnico cuente con igualdad de miembros de pablistas y errejonistas -más un anticapitalista- indica también que la lucha es enconada. Por otro lado, tanto la forma en la que se llegó al acuerdo mediante una reunión privada entre Iglesias y Errejón al margen del resto del Consejo Ciudadano como su composición -que, por cierto, incumple de forma flagrante el principio de igualdad de género ya que hay cinco hombres y solo dos mujeres- hace pensar en un proceso que se está llevando a cabo con los tics más rancios de la vieja política y con una improvisación y nivel de participación real de las bases impropios de un partido de las características que se suponían a Podemos. Con todo, el debate interno es ciertamente tenso, por mucho que los protagonistas quieran quitarle hierro y apelen a la idiosincrasia asamblearia del partido, e incluso se libra de manera pública, aunque a buen seguro en los términos y aspectos menos trascendentales. Porque la discusión sobre las reglas de juego de Vistalegre 2 (una votación conjunta sobre las ponencias y las candidaturas, es decir el liderazgo, como propone Iglesias o que primero se elija la estrategia y línea política y luego la dirección, como plantea Errejón), con ser importante, no deja de ser un reflejo de, sobre todo, una encarnizada lucha de poder por hacerse con el control de la formación y por decidir el papel que quiere jugar Podemos en el polarizado escenario político español. Dicho en términos quizá simplistas pero claros, radicalismo frente a posibilismo, lo que equivale a ser o no alternativa real de gobierno, siquiera en compañía de otros.
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