La memoria sobre el terrorismo, la violencia ilegítima y la vulneración de los derechos humanos y sus consecuencias -es decir, las víctimas- que han tenido lugar en las últimas décadas sigue siendo una asignatura pendiente en Euskadi. Quedó demostrado de forma meridiana el pasado día 10, oficialmente instituido como Día de la Memoria desde el año 2010, con el inexplicable desmarque del PP, pero también con algunos hechos y pronunciamientos de los últimos días que ponen en cuestión la apuesta de algunos sectores por la deslegitimación real de la violencia como instrumento para la acción política, la autocrítica y la asunción de responsabilidades. La realidad que ha podido palpar la sociedad vasca estos días es que, por un lado, el PP no quiere saber nada de algunas víctimas como las de abusos policiales porque ello entra en contradicción con su discurso y sus posicionamientos y, por otro, la izquierda abertzale pretende un reconocimiento abstracto, general, diluido en las “diversas violencias” que alimentan su teoría del conflicto y que le permitirían salir indemne de una memoria sin base ética y sin autocrítica. En definitiva, posiciones interesadas que desvirtúan la realidad de lo sucedido, que no hacen justicia ni sirven de reconocimiento real de las víctimas. En este sentido, la última intervención del líder de Sortu, Arnaldo Otegi, en la que equiparó el terrorismo de ETA y a sus víctimas con la actuación de la Ertzaintza, a la que acusó directamente de haber “matado”, son, además de intolerables y -como respondió ayer el lehendakari Iñigo Urkullu- “un insulto”, un gran paso atrás en las posiciones que la propia izquierda abertzale había avanzado al respecto. Tratar de arrojar sobre los demás -en este caso, la Ertzaintza y el PNV- responsabilidades propias sobre las que aún debe responder ante la sociedad vasca no es sino un vano intento de escapismo propio del pasado y supone, objetivamente, un obstáculo para la paz y la convivencia. No basta con acudir, en silencio, a homenajes a las víctimas y plantear que hay que “mirar al futuro”. La izquierda abertzale, y Arnaldo Otegi debe ser consciente de ello, debe hacer aún un ejercicio claro y sincero de autocrítica desde los valores de la ética y la deslegitimación de la violencia injusta que engendró, apoyó, jaleó y amparó en el pasado. Hasta entonces, sus palabras y silencios no sirven de mucho.
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