A menos de una semana de las elecciones presidenciales de Estados Unidos del próximo martes y cuando más de 20 millones de estadounidenses han emitido ya su voto, que las encuestas sitúen a Donald Trump aún con serias posibilidades de derrotar a Hillary Clinton -y eso obviando aquellas que dan un empate técnico entre ambos- y hasta le coloquen en cabeza en estados tradicionalmente determinantes como Florida es algo más que inesperado. No ya porque lo haya logrado sin el apoyo unánime del Partido Republicano, cuyas estructuras todavía preferirían que un (otro) escándalo borrara a Trump del mapa, ni porque pese a su imperio económico haya gastado menos en campaña que otros candidatos que ya no están en la carrera y especialmente menos que la propia Hillary, o por su nula trayectoria política y su imagen y discurso histriónicos, sino porque la posibilidad, a día de hoy real, de que Donald Trump se convierta en presidente de Estados Unidos tras el próximo martes se fundamenta en que con esos antecedentes ha sido capaz de capitalizar el descontento de millones de estadounidenses con su sistema político -representado por Clinton- por permitir que lo que se intuye como inicio del declive de la omnipotencia de EEUU afecte a lo que se ha conocido como el modo de vida americano. Trump ni tan siquiera ha necesitado realizar una campaña, no al menos una campaña como se ha estilado en Estados Unidos tradicionalmente, lo que deberán tener en cuenta a partir de ahora todos los estrategas electorales no solo en EEUU, sino que le ha bastado con situarse aparentemente en los límites del sistema aunque sin llegar a abandonarlo para aprovechar esa mezcla de nacionalismo y decepción social que en otros lugares, varios países europeos sin ir más lejos, alumbran asimismo fenómenos políticos preocupantes y que hasta hace muy poco eran tan improbables como que un multimillonario con fortuna de origen cuando menos dudoso y sin el apoyo real de uno de los dos grandes partidos pudiera disputar la presidencia de Estados Unidos a siete días de las elecciones. Y aunque es cierto que el apoyo de las minorías -que ya no lo son tanto- latinas y afroamericanas probablemente inclinará la balanza a favor de Hillary, también lo es que similares razones a aquellas sobre las que ha crecido el fenómeno Trump han dado lugar ya a resultado impensables en otras citas electorales.