Las dos sesiones del debate de investidura de Mariano Rajoy apenas han supuesto una matización del tono con que el hoy presidente en funciones se ha dirigido a sus adversarios políticos durante la legislatura de mayoría absoluta. Más allá de ese matiz y de la apertura verbal a acuerdos que es el propio Rajoy quien necesita, el candidato del PP no ha ofrecido novedad alguna, ni siquiera con el anuncio de la no validez académica de las reválidas mientras no se alcance un Pacto de Estado en materia educativa, que no supone modificación alguna de la posición que el PP y su gobierno han mantenido sino la prolongación de la misma en tanto y cuanto ese pacto en materia de Educación no se concrete, toda vez que las reválidas no son la Lomce y esta sigue en vigor pese a la oposición unánime del sistema educativo. Esa misma inconcreción, que en realidad supone una amenaza de extensión de sus políticas, la utilizó Rajoy para otros aspectos esenciales de lo que deberá ser la actuación de su gobierno en minoría, tanto en el ámbito socioeconómico, en el del modelo de Estado, en cuanto a la certificación de la paz y la normalización, respecto al desarrollo de infraestructuras o incluso en el de los numerosos ámbitos de confrontación que su actitud durante los últimos cinco años ha abierto con otras instituciones y agentes, en el caso de Euskadi y sus capacidades de autogobierno evidentes incluso esta última semana, como si hiciera acopio de munición con que negociar a partir de ahora. En definitiva, Rajoy no ha proporcionado ni en su discurso ni en sus réplicas a los portavoces parlamentarios un solo motivo para que aquellos que se presentaron a las elecciones con la pretensión de desalojarle a él para modificar las políticas impuestas durante cuatro años, permitan que forme gobierno o se permitan siquiera pensar en que dicho gobierno vaya a actuar de modo diferente. Quizá consciente de la precaria situación interna y electoral y la horfandad ideológica del primer partido de la oposición, que no tiene visos de cambiar rápidamente, y de las carencias -evidentes ayer- de quienes aspiran a relevar a este, Rajoy parece pretender que la única diferencia entre su actual mayoría minoritaria y la mayoría absoluta perdida radica en la necesidad de orillar la prepotencia. Pero aunque los modos sean relevantes, son los hechos los que prevalecen en política.