Cinco años parecen haber pasado en un suspiro pero, a la vez, han dado lugar a un panorama social y político en Euskadi que apenas se alcanzaba a intuir aquel 20 de octubre de 2011 cuando ETA puso fin a su actividad terrorista. El compromiso adquirido entonces por la organización sigue vigente, con independencia de los motivos que lo provocaron. Entre estos, siempre habrá que mencionar la voluntad política que ganó el liderazgo de la izquierda abertzale y que supo interpretar, pese al retraso doloroso, que el tiempo de la violencia había fracasado. Aunque no lo exprese así. Y la sensibilidad de otras fuerzas políticas que, con el PNV a la cabeza, asumieron el coste personal y colectivo de verse acosadas y criminalizadas por facilitar la plataforma sobre la que pudo tomar cuerpo, tras muchas decepciones, un escenario de paz. Igualmente habrá que ser conscientes de la situación crítica de la propia ETA, acosada y debilitada por la acción policial coordinada en una Europa especialmente sensibilizada contra el fenómeno del terrorismo. Y, sobre todo, el papel activo que la propia ciudadanía vasca en primera persona y a través de sus instituciones y organizaciones de todo tipo, empezando por los movimientos pacifistas, tomó para expresar su hastío y su repugnancia ante el dolor injusto causado por todas las violencias que ha sufrido el país. Y, en democracia, la de ETA en particular. Hoy este diario que ha sido testigo de los últimos cuarenta años de la vida de los vascos reúne una veintena de miradas de todas las sensibilidades que aportan una visión de lo que fueron las décadas de violencia y los años que ahora nos toca vivir hacia la consolidación de la paz. Este es el reto del país. Y sus palancas de crecimiento vuelven a ser la propia sociedad en su conjunto y sus instituciones. Es momento de que, cinco años después del final de la amenaza armada, ETA asuma que su propio final es responsabilidad y obligación suya. Las trabas conocidas de quienes buscan un relato político de victoria policial desde el inmovilismo no pueden ser por más tiempo excusa para el atrincheramiento que pretende elaborar su propio discurso alternativo. En la práctica, sólo sirve para que ni las víctimas de la violencia ni los propios presos de la banda y sus familiares ni la ciudadanía vasca puedan volcar sus esfuerzos en materializar su derecho al futuro.