El Parlament de Catalunya aprobó ayer la hoja de ruta hacia la desconexión con los votos de Junts Pel Sí y la CUP, que configuran una mayoría aún exigua aunque incuestionablemente democrática. No es precisamente el de la legitimidad el problema principal que afronta la estabilidad del proceso catalán. Al fin y al cabo, la demanda de mayorías cualificadas para decisiones trascendentales es tan legítima como la voluntad de diálogo que la acompañe. Y, respecto a Catalunya, quienes reprochan la falta de esa mayoría cualificada son los mismos que han puesto veto a cualquier diálogo que permita asentar un espacio de consenso suficiente que evite la confrontación. En ese marco, la amenaza explícita del Tribunal Constitucional puede conllevar consecuencias jurídicas a la decisión del legislativo catalán pero no sirve como fórmula de resolución del conflicto político en sí misma. Es más bien el modo de enconar ese conflicto que suplanta la acción política de quienes no tienen voluntad de ponerle fin. Pero, a la presión llegada desde las instituciones y los partidos del Estado, se suma en el caso de la hoja de ruta catalana la propia inestabilidad de los acuerdos entre las fuerzas que sustentan el proceso soberanista, y es precisamente la superposición de las estrategias partidistas la que hace más endeble el cumplimiento de una hoja de ruta que, por otra parte, aún no ha dado pasos más allá de la fase enunciativa. No es un buen precedente el modo en el que se ha llegado hasta aquí. El acelerador de la declaración soberanista se ha pisado por una mera necesidad funcional de estabilidad del Govern que preside Carles Puigdemont. Mientras el inquilino de la Generalitat sostiene que su prioridad es alcanzar un acuerdo con el Estado, la imposibilidad de sacar adelante unos presupuestos le ha condenado a afrontar una moción de confianza. Y es grave que surja la duda de que sea para superar esa moción de confianza por la que se ha acordado con la CUP la aprobación del proceso de desconexión. La misma CUP que provocó la retirada de ese presupuesto, cuestionando la prioridad del proceso de desconexión, y que es incapaz de liberarse de sus tics antisistema cuando precisamente se declara la voluntad de generar un proceso constituyente, que es la forma primigenia de crear sistema. Un socio inestable y poco fiable.