Al cabo de unos meses -en que no sabemos si los titiriteros han hallado la paz social, si tienen trabajo o si sus marionetas siguen requisadas-, se ha producido un incendio de neumáticos en un cementerio ilegal en Seseña.
Las imágenes pavorosas de los primeros días, la columna de humo visible desde el espacio, los índices de elementos contaminantes, los niños que no pueden asistir a sus centros de enseñanza, etc, no han ocupado más espacio ni más tiempo en los informativos que el caso, tal vez afortunadamente olvidado, de los titiriteros.
Nos cuentan que el cementerio, de proporciones descomunales -el mayor de Europa- es propiedad de alguien condenado por delito ecológico. Insinúan que el fuego fue provocado. Aseguran que hay en el país más de una docena de esos cementerios con similares características, con el riesgo de que se puedan producir accidentes parecidos.
¿Alguien ha pedido disculpas, más allá de lanzarse la culpa de unos dirigentes a otros -de distintas comunidades autónomas, de distintos partidos políticos-?, ¿alguien va a asumir responsabilidades?, ¿alguien va a coger el toro por los cuernos y va a legislar sobre delitos ecológicos?, ¿alguien va a hacer algo para que no vuelva a ocurrir de nuevo?
Bien, en otra nueva precampaña electoral, alguien podría reflexionar, incluir iniciativas en su programa, tomarse en serio temas vitales como éstos, sin escaquear el bulto. Alguien debería pensar en gastar el dinero de los contribuyentes con inteligencia, justicia y preocupación por el aire que respiramos.
Claro, en el fondo se entiende: es más fácil y cómodo meterse con dos titiriteros que amenazan a la sociedad con una pancarta en un teatrillo, que enfrentarse a señores del dinero que tienen mucho poder. Somos así de valientes.