La victoria del Scotish National Party (SNP) en las elecciones al Parlamento de Edimburgo, tercera consecutiva, con una amplísima mayoría de 63 de los 129 escaños y el 46,5% de los votos, superior a la suma de los dos principales partidos británicos, el conservador (22% y 31 escaños) y el laborista (22% y 24 representantes), conceden a su líder, la actual ministra principal Nicola Sturgeon, la posibilidad de gobernar de nuevo con relativa comodidad: le basta un acuerdo con los verdes (5 escaños) similar al de 2007 para sumar mayoría absoluta. Pero, ante todo, los resultados obtenidos por el nacionalismo escocés asientan la base social que aspira a situar a su nación en el concierto europeo y que reiteradamente le han otorgado durante casi una décadas la responsabilidad de primera fuerza en cada convocatoria electoral con 54 de 59 parlamentarios escoceses en Westminster y 405 alcaldes en los 1.233 municipios del país. De hecho, desde que de la mano de Alex Salmond el SNP se convirtiese en primera fuerza en la Cámara de Holyroodhouse en 2007 (37% de los votos entonces) y formara gobierno, el nacionalismo escocés se ha mantenido siempre en el entorno del 44% de los votos que alcanzó el sí a la independencia en el referéndum del 18 de septiembre de 2014. En esta ocasión, además, ha logrado dos puntos porcentuales más y superado por primera vez la barrera psicológica del millón de votos que nunca antes había alcanzado en unas elecciones parlamentarias. Sin embargo, hay otros datos añadidos que refuerzan socialmente la ambición nacional de Escocia. Por un lado, las elecciones al Parlamento de Edimburgo, que se han celebrado en pleno auge del debate sobre el Brexit en toda Gran Bretaña, han confirmado la marginalidad del euroescepticismo en Escocia, donde el UKIP nunca ha alcanzado el 4% de los votos ni representación parlamentaria alguna, lo que refuerza la posición del SNP, claramente europeísta, de replantear el referendum por la independencia en el caso de que los británicos opten el 23 de junio por abandonar la UE. Por otro, si el Brexit no se lleva a efecto, el triunfo del SNP legitima sus exigencias de mayor autogobierno y el crecimiento del Partido Conservador, tradicionalmente por detrás del laborismo en Escocia, obligaría a David Cameron en el cumplimiento de las promesas realizadas tras el referéndum escocés pero todavía pendientes.
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