El último episodio de violencia que ha tenido como escenario instalaciones de la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, el tercero en apenas semanas, este en Gasteiz, con la quema en la madrugada de ayer de la puerta del edificio del vicerectorado en aquel campus; exige además de la repulsa y la solidaridad institucional, evidenciadas ya, y de una rápida investigación policial que determine la autoría de los ataques, una respuesta unitaria de la comunidad universitaria liderada desde el propio ámbito estudiantil. Los acontecimientos del pasado 17 marzo, cuando jóvenes violentos procedentes del campus de Gasteiz produjeron incidentes en el centro de la ciudad; el hallazgo anterior, la víspera del 3 de marzo, en la zona verde próxima al aulario de ese mismo campus de material habitualmente empleado en lo que en Euskadi se había venido denominando “kale borroka”; y el intento de asalto el martes de la semana pasada del edificio del rectorado en el campus de Leioa tras una marcha convocada por Ikasle Abertzaleak convierten en algo más que factible la existencia de un incipiente grupo que pretende utilizar la universidad vasca como objetivo, también quizá como caldo de cultivo, de prácticas violentas a las que la sociedad vasca ha venido mostrando su rotundo y nítido rechazo desde hace ya muchísimo tiempo. Que lo primero, situar a la universidad como objetivo de cualquier violencia, sería un auténtico sinsentido por cuanto constituiría un irracional atentado contra la cultura, la educación y el futuro de nuestro país, es más que evidente. Tanto o más lo es pretender que la organización universitaria sea escenario de reivindicaciones que en principio le son ajenas, lo que se podría deducir del acompañamiento del último ataque de determinados pasquines con reivindicaciones más propias del ámbito laboral. Y, por supuesto, usar a la UPV/EHU como ámbito en el que generar el caldo de cultivo necesario para reproducir violencias que en Euskadi hemos pretendido y logrado desterrar, sea cual sea el interés y origen de quienes impulsan esa dinámica, merece el mismo rotundo y absolutamente mayoritario desprecio -también desde el ámbito al que se dirigen y en el que se pretenden desarrollar- que fue fundamental no hace tanto aún en el fin de prácticas similares que también pretendían hallar una falsa justificación en la ideología y la política.