La aprobación por el Eurovision Song Contest Reference Group, comité ejecutivo de expertos internacionales encargado de controlar y dirigir el festival de Eurovisión, del documento Official flag policy (Política oficial sobre banderas), que prohíbe al público del certamen exhibir determinadas enseñas, entre ellas la ikurriña, y pancartas supone un escandaloso despropósito que no se repara con la retirada de la bandera nacional vasca de la lista, las excusas de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), organizadora del festival, o la explicación de que dicho documento no había alcanzado el rango de oficial pese a haber sido publicado en la web de venta de entradas del certamen. Porque la rectificación solo ha llegado tras la acción diplomática y la protesta de todas las instituciones e instancias y porque además de la incomprensible e injustificable inclusión de una bandera históricamente reconocida y oficial como la ikurriña -al igual que las de Kosovo o Palestina- en la misma lista que otras siete que no lo son, con idéntica consideración a la del Estado Islámico, Eurovisión se sigue permitiendo el exceso de prohibir las banderas locales, regionales o provinciales y las pancartas en cualquier idioma que no sea el inglés pese a que atenta contra los principios de la propia UER. De hecho, el art. 1 de sus estatutos, cuya última versión fue aprobada en diciembre, determina los objetivos de la UER y cita “salvaguardar y mejorar la libertad de expresión e información” (art. 1.2.1), “garantizar la diversidad cultural” (1.2.5), “proteger la herencia cultural europea” (1.2.6), y “reforzar la identidad de los pueblos, la cohesión social y la integración de todos los individuos, grupos y comunidades” (1.2.7). Palabras huecas. La inobservancia de dichos fundamentos, por desgracia, da medida de la inusitada ola de restricción de libertades y derechos democráticos que trae consigo la excusa de una mal entendida lucha global contra el terrorismo, llegando a afectar incluso a Eurovisión y a la asociación que reúne a 73 miembros (radios y televisiones) de 56 países. Ahora bien, sentado todo ello, respecto al tan injustificado e injustificable como erróneo tratamiento a la ikurriña, cabe también preguntarse por el daño que, en imagen y consideración internacional, ha supuesto a nuestro país que su reivindicación nacional se acompañara por un sector minoritario del uso continuado durante décadas de la violencia.
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