Transcurridos varios días desde los brutales atentados yihadistas que tuvieron lugar el pasado martes en Bruselas y en los que se registraron más de treinta víctimas mortales y centenares de heridos, el lógico shock inicial ante la barbarie del terrorismo y sus consecuencias, la solidaridad con los afectados y la prioridad por encontrar y detener a los autores e instigadores que quedaron con vida está comenzando a dejar paso a la investigación y análisis sobre los hechos y también sobre la actuación de las autoridades en la labor de prevención para evitar en lo posible este tipo de matanzas. De los hechos, detalles y circunstancias previas a los atentados que se van conociendo surgen muchas dudas y cuestiones cuando menos muy inquietantes. La gran pregunta que surge inevitablemente tras unos ataques de la naturaleza de los que acaba de sufrir la capital europea cobra aquí mayor énfasis: ¿Pudo haberse evitado o mitigado esta matanza de decenas de inocentes? La respuesta nunca es sencilla. Tampoco en este caso. Sin embargo, todas las miradas y críticas se dirigen hacia el Gobierno belga, sus servicios de inteligencia y sus fuerzas de seguridad por haber sido incapaces, pese a los indicios, pistas e informaciones fidedignas, de detectar lo que se estaba gestando -pese a reconocer que “esperaban” algo así- y de tener mínimamente bajo control a los sospechosos. La dimisión (aunque no aceptada por el primer ministro) de los máximos responsables de Interior y Justicia del Gobierno belga abunda en la impresión de que se han cometido errores graves en la prevención y en la seguridad, siempre teniendo en cuenta la imposibilidad de garantizar el riesgo cero y de que la única responsabilidad de los asesinatos recae sobre los terroristas. Los vínculos entre los atentados de París y Bruselas, el hecho de que las andanzas de los autores fueran bien conocidas, la rocambolesca historia de la deportación por parte de Turquía de uno de los suicidas, Ibrahim El Bakraoui, la falta de medios y de preparación, la descoordinación policial y, en definitiva, la inoperancia han contribuido a la aparente facilidad con la que los yihadistas llevaron a cabo sus planes. Ningún país está libre de atentados así, por lo que todos deben extremar la prevención, lo que exige también la necesaria coordinación y cooperación mediante una política europea común y global -y no solo de seguridad- contra el terrorismo.