por sus hechos se le conocerá, pero las primeras palabras de Josep María Álvarez como secretario general de UGT sonaron a renovación aun tratándose de un sexagenario en ciernes con un cuarto de siglo al frente de la federación en Catalunya y por tanto no precisamente un rostro que encarne el relevo generacional. Más allá de cuestiones formales, entre las que se incluye además de la edad del nuevo líder ugetista su tan legítima como escueta victoria por tan solo 17 votos -el 51,1% de los sufragios-, a Álvarez se le juzgará por la traducción material de su apuesta inequívoca al menos en lo declarativo por constituir a su sindicato en “la voz de tantas personas que no la tienen, que pierden el trabajo y su casa, y que no llegan a fin de mes”. Una declaración de intenciones que supone recuperar la esencia de aquel sindicalismo clave para el advenimiento de la democracia en el Estado español y de los derechos laborales unidos a ella, pero en evidente decadencia -como lo muestra la sangría de afiliados- por su supeditación al poder político con los fondos públicos como contrapartida y su perverso uso, corrupción incluida, como sumidero de dignidad y predicamento social. Precisamente para invertir esa tendencia letal, Álvarez se ha fijado como prioridades la implantación de una cultura de verdadera transparencia con la publicitación de todos los acuerdos que se alcancen con las Administraciones y de participación interna real, con el arbitrio de consultas para las decisiones relevantes en aras a romper con esa creciente endogamia de unas estructuras de la UGT que también pretende reducir. Por añadidura, Álvarez ha enfatizado en sus primeras horas como secretario general de UGT posiciones del progresismo clásico, como la exigencia a los partidos políticos de que se visualice la izquierda parlamentaria con propuestas para la clase trabajadora y su defensa del derecho a decidir de la ciudadanía, matizando que el alegato democrático en favor de colocar las urnas no conlleva necesariamente una actitud prosoberanista. La prueba definitiva de que Álvarez encarna una posibilidad cierta de regeneración en UGT ha sido la campaña en contra de Cándido Méndez tras 22 años como regidor ugetista. Sus acólitos harán bien en respaldar el cambio, pues es la propia supervivencia lo que se juega UGT.
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