La casi irremediable aprobación por el Consejo Europeo de la próxima semana del acuerdo migratorio con Turquía da certeza al último paso de los numerosos dados ya por Europa para no cumplir los fundamentos humanitarios que dieron origen a la Unión, la legislación internacional sobre el derecho de asilo y la convención del refugiado y los propios acuerdos de reparto y acogida a que llegaron sus estados-miembro por impulso de la Comisión Europea presidida por Jean Claude Juncker. La concesión por la UE de seis mil millones de euros a Turquía a cambio de que esta se haga cargo de los refugiados que devuelva hacia ese país y del control del flujo de los mismos provenientes de Siria supera incluso esas renuncias de principios, ya que Europa concede el papel de gendarme de sus fronteras a un país exterior, Turquía, que no acepta los Convenios de Ginebra de 1949 y sus protocolos adicionales, fundamentos del derecho internacional humanitario; que presenta mucho más que dudas respecto al cumplimiento de los derechos humanos en su interior; y que, además, es parte de la guerra en Siria por cuanto utiliza esta para pretender resolver por la vía militar el secular conflicto que Ankara mantiene con el pueblo kurdo. Así que negar que el acuerdo es una cesión absoluta a Turquía, que podrá controlar quién entra y quién no en la UE, porque en él se le exige el respeto de todas las normas del derecho internacional cuando a través de ese mismo acuerdo es la propia Europa quien evita cumplirlas se antoja una auténtica burla a la sociedad europea, ciertamente demasiado despreocupada respecto a sus capacidades de control de las instituciones que deberían representarla, incapaces una y otras de asimilar a 160.000 refugiados en un global de más de 508 millones de habitantes con una densidad de solo 113 por km2. Pero es que, además, el acuerdo con Turquía por el que Europa se niega a sí misma y al mismo tiempo se niega a quienes pretenden alcanzarla, tampoco resuelve el problema. La próxima liberalización de los visados a los ciudadanos turcos convierte el acuerdo en un mero trueque, en el que por un lado se cambia una presión migratoria por otra, tal vez menor y más controlada -también en cuanto a la seguridad- y por otro simplemente servirá para trasladar la proveniente de Siria, Oriente Medio y África a otra frontera europea.