Dos reuniones celebradas ayer, la que tuvieron el premier británico, David Cameron, y el presidente francés, François Hollande, en Amiens y la que celebraron en Atenas el primer ministro griego, Alexis Tsipras, y el presidente del Consejo Europeo, el polaco Donald Tusk, resumen la hipocresía de la actitud de la Unión Europea ante el fenómeno de los refugiados y la inmigración, constatada en los reiterados incumplimientos de los acuerdos y programas aprobados con el teórico fin de encauzar su absorción por las sociedades europeas. Hollande y Cameron, por un lado, confirmaron que la principal preocupación de los estados miembro -y no solo de Gran Bretaña y Francia- ante los flujos de población que llegan a Europa es el de la seguridad. No en vano, como resumen de su cumbre bilateral quedó la exigencia de “una respuesta europea más firme para contener los flujos migratorios y recuperar el control de las fronteras exteriores de la Unión Europea” y una nueva partida de millones para incentivarla en el Canal de la Mancha... y expulsar a sus países de origen a aquellos que no tengan derecho a solicitar asilo. Este segundo objetivo enlaza, además, con la reunión entre Tusk y Tsipras y el llamamiento tras la misma del presidente del Consejo Europeo, reñido con los más elementales principios de humanidad y solidaridad que se pretenden en el origen de la comunidad europea, a los “potenciales migrantes económicos, de donde quiera que procedan, a que no vengan a Europa”. La Europa que ignora las normas internacionales y evita y retrasa la acogida de refugiados que huyen de la guerra, que incentiva económicamente a países exteriores para que les contenga, que les impide o dificulta atravesar sus fronteras interiores, para lo que incumple o altera su propia legalidad, forzando a la marginalidad a cientos de miles de seres humanos; pretende ahora una doble discriminación. Distingue también entre quienes pretenden evitar las consecuencias de descarnados conflictos bélicos (Siria, Afganistán, Irak...) cuya existencia la comunidad internacional no tiene más remedio que admitir y quienes únicamente huyen del hambre y el subdesarrollo, pese a que tantas veces son forzados por conflictos soterrados a cuyo origen o sostenimiento la comunidad internacional y Europa tampoco son ajenas.