Decenas de miles de personas se movilizaron ayer en toda Europa bajo el lema de Pasaje seguro con el objetivo de reivindicar los derechos de los refugiados que huyen de la guerra y la miseria e intentan buscar protección y ayuda en los diversos países de la UE. Aunque a buen seguro los responsables de los Estados miembro y los dirigentes de la Unión harán caso omiso a esta petición solidaria de la sociedad, la demanda de abrir rutas seguras para los refugiados debería ser una prioridad absoluta, máxime cuando las decisiones de algunos países están generando una situación de emergencia humanitaria que puede tener graves consecuencias para miles de personas, en especial para los niños. Ayer mismo, Aministía Internacional insistió en que los cierres de fronteras o las restricciones al flujo de refugiados llevadas a cabo por algunos estados como Eslovenia, Croacia, Serbia y Macedonia han puesto ya a cerca de 20.000 personas en una situación “crítica” que empeora aún más las condiciones en que se encuentran los refugiados. Se ha repetido hasta la saciedad -y las manifestaciones de ayer en 25 países lo volvieron a reiterar- que estas políticas restrictivas, discriminatorias y unilaterales son, además de profundamente inhumanas, contrarias a la legislación internacional y a las normas de la UE, así como a la tradición europea de acogida. Mientras Bruselas vigila con lupa algunos aspectos de las políticas de los Estados miembro -el mismo viernes reiteró sus exigencias a España para ahondar en las reformas del mercado laboral y el cumplimiento del déficit-, mira para otro lado ante decisiones antidemocráticas tomadas de manera unilateral y que socavan el espíritu y la letra de la Unión y dejan a la intemperie a decenas de miles de personas que se encuentran en situación precaria. La UE está horadando los pilares de su propia existencia al traicionar sus principios más elementales, de modo que la crisis de los refugiados se está convirtiendo en la crisis de Europa, incapaz de llegar a acuerdos básicos entre sus Estados para articular una política común en asuntos tan básicos y que parecían tan asumidos como la acogida, la libertad de movimientos y la apertura de fronteras. Con el agravante de que la situación para los refugiados es cada vez más grave y la debilidad de la UE es cada vez mayor.
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