finaliza esta noche una campaña electoral que, al menos inicialmente y a decir por las expectativas que se habían despertado en el tramo final de la aciaga legislatura del PP y tras el vuelco electoral que se registró en los comicios europeos del pasado año, estaba llamada a confrontar la vieja política de un bipartidismo tremendamente desgastado con la frescura de un proyecto alternativo de cambio, con independencia de las siglas que lo protagonizaran. Pero el transcurso de esta campaña ha evidenciado que el debate político y electoral se ha quedado muy lejos de responder a las esperanzas que se habían alimentado en amplios sectores para abrir una segunda transición que, con un espíritu renovador, social, transformador y participativo, viniera a regenerar el caduco y deteriorado sistema político de la democracia española. En realidad, la campaña que se cierra hoy ha mostrado la fotografía de un tetrapartidismo -PP y PSOE con sus respectivas muletas de Ciudadanos y Podemos- que ha estado más pendiente de la televisión y de cuatro candidaturas personalistas que de la confrontación de discursos alternativos y proyectos ilusionantes de futuro. Ha sido una campaña más de clichés que de ideas. Y por otra parte, por primera vez en décadas, Euskadi ha desaparecido de la agenda política del Estado. La campaña electoral en la CAV sí que se ha desarrollado más a pie de calle y alrededor, sobre todo, del debate y la inquietud en torno al futuro del autogobierno vasco. El cuestionamiento del Concierto vasco -y de la especificidad fiscal vasconavarra- por voces de los cuatro partidos que pugnan por el poder ha abierto, en este sentido, una espita preocupante. Los 18 diputados que se eligen este domingo en la CAV no serán, desde luego, determinantes sobre un total de 350 en el Congreso de Madrid a la hora de condicionar la investidura del futuro inquilino de la Moncloa. Sin embargo, todas las encuestas coinciden en apuntar un nuevo mapa político multicolor en el Estado en el que no habrá mayorías aplastantes. Y en ese escenario, entre la involución en el terreno del autogobierno que pudiera liderar una entente entre el PP y Ciudadanos o una alternativa progresista nucleada en torno al PSOE, Podemos y las formaciones nacionalistas que abriera el melón del debate sobre el modelo de Estado, hay mucho juego.