En la presentación de la exposición Vanguardias Peligrosas que se está desarrollando durante estos días en Gasteiz, leo en este periódico una entrada que comienza de la siguiente manera: “Es 18 de julio de 1936, el día en que se da el golpe de Estado contra el gobierno democrático de la Segunda República que supone el inicio de la Guerra Civil española. Vitoria, de mayoría carlista, es, al poco tiempo, la primera ciudad con autoridades pertenecientes al bando sublevado”. En este breve párrafo reconozco dos ideas falsas ampliamente implantadas en el imaginario colectivo sobre Vitoria. La primera, que era de mayoría carlista. Es bastante común referirse a esta ciudad como de mayoría conservadora, obviando el hecho de que en la segunda vuelta de las elecciones de 1936, Izquierda Republicana obtuvo el 34,1% de los votos emitidos, frente al 23,2% de la opción carlista. La segunda, que la población de la ciudad dejó paso franco a la instalación de los poderes fascistas, olvidando que para que este hecho se produjera, las nuevas autoridades golpistas ejercieron una brutal represión sobre la ciudad. Entre otras medidas, incluyó el fusilamiento del alcalde, el presidente de la Diputación, varios concejales y diputados, así como de un número importante de vecinos de la ciudad. Además, las depuraciones, las expropiaciones, los internamientos en campos de concentración o las torturas marcaron la vida de los vitorianos que vivieron el inicio del régimen franquista. Tuvieron que pasar más de 70 años para que se produjese un leve reconocimiento a los representantes legítimos de la ciudad. Las calles asignadas a estos representantes fusilados -Teodoro Olarte, máxima autoridad de la Diputación, y Teodoro González de Zarate, alcalde de Gasteiz-, dos tramos minúsculos perdidos entre las arterias de la capital alavesa, son un símbolo da la tibieza del intento de rehabilitar tanto a aquellos represaliados como a la memoria de aquella Vitoria republicana.