la decisión de Rusia de suspender los vuelos con Egipto y evacuar a los cerca de 50.000 turistas en este país, que se añade a otra iniciativa idéntica anterior del gobierno de Londres, con más de 20.000 británicos en suelo egipcio, convierte en certeza las sospechas de que la catástrofe del avión ruso Airbus A-32 en el que perecieron 224 personas hace una semana tuvo su origen en un atentado y la sensación de que la amenaza de la violencia islamista radical se extiende. Porque la certeza confirma la reivindicación temprana del atentado por el Estado Islámico y porque el objetivo -un avión de una compañía rusa con turistas rusos- parecería querer ser una respuesta a la intervención militar ordenada por el Kremlin en el avispero de la guerra civil siria. También porque en la zona del Sinaí donde se encuentra Sharm el Sheikh hace ya tiempo que opera Wilayat Sina, grupo que ha jurado lealtad al Daesh, que el 2 de julio provocó decenas de muertos con un ataque a 15 puestos de control y que apenas tres días antes había reivindicado el asesinato en El Cairo del fiscal general egipcio Hissham Barakat. Ahora bien, la extensión de la amenaza no debería reducir el conflicto a la lucha contra el Estado Islámico, aun si hoy se ha erigido en estandarte de las actitudes más brutales del islamismo radical. Egipto tiene en las últimas décadas una dramática larga lista de atentados masivos contra el turismo, sector que nutre su economía y apacigua a una sociedad atenazada por los regímenes militares mucho antes de que el golpe de Estado de Abdelfatah Al Sisi apartara a Mohamed Mursi y los Hermanos Musulmanes del poder. Si ya en los primeros años 90 se produjeron decenas de víctimas en pequeños ataques, la masacre de Luxor -que costó la vida a 62 turistas cuatro años antes del 11-S- y los atentados contra el hotel Hilton de Taba en 2004 -con 38 muertos- o contra otros dos hoteles de Sharm el Sheikh al año siguiente -con otros 90 fallecidos- dan base a la idea de que el conflicto es preexistente al Estado Islámico, a Al Qaeda y a la islamización de las guerras de Irak y Siria. El islamismo violento se ha venido nutriendo lenta e inexorablemente del caldo de cultivo creado por las actitudes que en el último siglo han servido de impulso y sostén a dictaduras o autocracias que protegieran intereses económicos.