el primer encuentro que mantuvieron ayer en Pamplona el lehendakari Iñigo Urkullu y la presidenta navarra Uxue Barkos debe abrir un cauce de relación institucional permanente y poner fin a las absurdas barreras que durante décadas ha levantado la derecha de UPN, cuando no el empeño político por que ambas comunidades vivieran de espaldas y en confrontación. En realidad, esa confrontación política ha sido un oasis en un espacio global de vínculos y relaciones humanas, económicas, empresariales, culturales o lingüísticas que se han desarrollado con normalidad durante siglos en el marco de las cuatro provincias forales, mancomunadas históricamente en lo que dio en llamarse régimen de conferencias. Sin embargo, desde finales de los 70 y en el contexto de un convulso debate sobre el proceso estatutario vasco-navarro, UPN -en un planteamiento que llegó a intentar importar sin éxito la derecha alavesa de origen carlista- ha venido desarrollando una extendida estrategia política y mediática sobre la que asentaba buena parte de los privilegios del viejo régimen, a costa de excluir a los sectores vasquistas de la sociedad navarra. Pese a esta presión, a la que se sumó el intento impositivo de ETA, las sociedades de la CAV y Navarra han sabido mantener su círculo de relaciones de facto y han obtener de ello mutuos beneficios. El principio de la realidad ha demostrado que es mejor para el interés general la colaboración entre ambas comunidades que la confrontación. Sólo los intereses políticos y partidistas han sido un obstáculo que ha originado importantes perjuicios económicos y sociales. Basta recordar la salida de Navarra de la eurorregión que conformaba con Euskadi y Aquitania, el torpe diseño de las obras de la nueva red ferroviaria retardando la salida hacia Europa por Irún, la persecución a la ikurriña o el veto al euskera. También la pérdida de capacidad de autogobierno que ha supuesto para ambas comunidades la renuncia a defender conjuntamente sus regímenes forales -tipificados en la soberanía fiscal que comparten- ante la ofensiva uniformadora del Estado. La colaboración vasco-navarra que retomaron ayer Urkullu y Barkos no es sólo una cuestión sólo identitaria o cultural, sino que también supone un punto de encuentro de enormes potencialidades de desarrollo socioeconómico.
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