Tras la batalla en la que echaron a empujones a las feministas, fueron los blusas quienes las denunciaron a ellas por agresión, convocaron un paseíllo contra su acción, solicitaron que retirase la subvención a Bilgune Feminista -pese a que no fue la convocante- y propusieron sancionar a los blusas que no compartían la decisión de la comisión. De esta manera, la agresión machista quedó reconvertida en injustificable agresión feminista. Alucinante.

Por si fuera poco, hay que añadir las perlas que dejó el presidente de la comisión: “lo ocurrido no fue para tanto”, “sólo fue una grosería”, “no han matado ni pegado a nadie”, “han sido maleducados y ya pidieron perdón”, “tienen que aguantar que la chica agredida les ponga a parir”... La violencia machista empieza con la laxitud y permisividad hacia actitudes sexistas.

¿Qué legitimidad tiene la Comisión de Blusas para reprimir un acto de protesta, hacer de censores, sancionar a quienes están en contra y decidir quién, cómo y dónde puede una manifestarse? Este sinsentido sólo se puede entender si se busca impedir que un grupo de mujeres se empodere ante los privilegios del macho borrachuzo y faltón.

¿Cómo es posible que, en lugar de mostrar su indignación, fueran 100 mujeres quienes portasen en el paseíllo la pancarta contra la acción de las feministas? Habría que recordarles que si pueden votar, salir del país sin permiso de su marido o ser neskas en una cuadrilla de blusas es gracias a la lucha de las feministas.

Nada mas lejos de mi intención que generalizar hacia el colectivo de blusas, pero entre algunos los comportamientos vejatorios hacia las mujeres son por desgracia tradición. Es por tanto el propio colectivo el que debe rechazar a quienes ensucian su nombre.

Ha quedado claro que la gravedad de las agresiones sexistas no ha sido entendida por una parte importante de la sociedad vitoriana que ha mostrado excesiva permisividad hacia los agresores y una furia desmedida contra quienes denuncian este tipo de situaciones.

Esta polémica no puede quedar en un cajón y debe servir para abrir un debate sobre un modelo festivo popular que permita disfrutar a todas y todos en igualdad, sin miedos, y que dignifique la figura de blusas y neskas desterrando comportamientos rancios.