las impactantes imágenes y los testimonios de los jóvenes vascos que viajaban en el autobús siniestrado ayer en la localidad francesa de Lille y el propio resultado del suceso -seis heridos de gravedad y otra veintena de distinta consideración- han conmocionado a la sociedad vasca y hablan por sí solos de la extrema dureza del accidente, que pudo tener incluso peores consecuencias. Aunque aún hay riesgo para la vida de alguno de los heridos, puede afirmarse, como hizo ayer el psiquiatra que trataba a los jóvenes, que “podría haber sido muchísimo más grave” dadas las propias características del siniestro, en el que el autobús quedó literalmente decapitado cuando entró a un túnel cuya altura era inferior a la del vehículo. Como suele ocurrir en estos casos, hasta que tiene lugar un accidente grave no se percibe el verdadero riesgo que entraña para la seguridad vial y para la vida de las personas la ausencia o insuficiencia de elementos de protección, señalización y, en definitiva, de medidas de todo tipo que impidan un siniestro como el que sufrieron los jóvenes procedentes de Euskadi, que simplemente buscaban unos días de diversión y asueto en Amsterdam. El hecho de que en ese mismo punto se hayan producido otros accidentes e incluso que hace escasas semanas una camioneta sufriera en el lugar un incidente idéntico y quedase también atrapada en ese minitúnel no hace sino añadir mayor gravedad a la clamorosa falta de seguridad real existente. El propio presidente del consejo departamental de Lille, Jean-René Lecerf, reconoció ayer que la zona cumplía con la normativa respecto a la señalización de la altura del túnel -de tan sólo 2,60 metros- pero destacó que carece de medidas de seguridad suficientes. Sin obviar el factor humano e incluso la responsabilidad que pudieran tener los conductores, es difícil de creer que en pleno siglo XXI y en la Europa más avanzada no haya colocados elementos como señales luminosas inequívocas y arcos o pórticos de control de gálibo que impidan de hecho el paso a vehículos de determinada altura. Las víctimas, sus familias, las sociedades vasca y francesa merecen una investigación, la depuración de responsabilidades y la inmediata adopción de medidas para que algo similar no pueda volver a suceder en ese u otros puntos negros de las carreteras europeas.
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