el anuncio del portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, de que el Gobierno de EEUU ultima un plan para transferir a los 116 detenidos que permanecen encarcelados en Guantánamo y cerrar definitivamente la prisión parece confirmar que el presidente Barack Obama está dispuesto, en el último año de su presidencia, a forzar las iniciativas para dejar un legado político lo más cercano posible a las esperanzas que despertó cuando ganó sus primeras elecciones en noviembre de 2008. Aunque aún falta por superar el escollo de que los reclusos de Guantánamo pendientes de juicio en comisión militar puedan ser procesados en territorio estadounidense, el mero hecho de que la administración Obama ultime un plan para que la mayoría republicana del Congreso no obstaculice el proceso de vaciamiento de Guantánamo y su posterior cierre viene a sumarse a los hitos de los acuerdos con Cuba e Irán. Estos últimos logros diplomáticos suponen mejorar de modo importante el bagaje de la presidencia Obama en materia de política exterior, toda vez que los conflictos de Oriente Medio no sólo se mantienen en toda su crudeza, sino que incluso se han extendido durante su mandato. A ello se añade, ya en clave interna, la puesta en marcha de una parcial reforma sanitaria, que sin alcanzar las pretensiones iniciales supone en todo caso un avance más que relevante en la intervención pública en la atención social en EEUU. Así como las medidas anunciadas por el propio Obama en noviembre para evitar la deportación de cinco millones de inmigrantes indocumentados, temporalmente suspendidas y pendientes de resolución judicial ante el recurso de 26 estados, que sortean también las resistencias republicanas a la reforma migratoria. Cabría concluir que, en el caso de Obama, la segunda legislatura está siendo -o puede llegar a ser- bastante más fructífera que la primera, limitada en términos de efectividad a la salida, también relativa, de las tropas estadounidenses de Irak. En otras palabras, ya en plena carrera para las presidenciales de 2016 que elegirán a su sustituto, el 44º presidente de EEUU desdice la teoría del pato cojo, expresión con la que se define a los mandatarios estadounidenses al final de su mandato por la pérdida de capacidad para poner en marcha iniciativas. Obama todavía anda.
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