El acuerdo alcanzado ayer en Viena por el grupo del 5+1 (Estados Unidos, China, Francia, Gran Bretaña y Rusia más Alemania) e Irán, que limita el programa nuclear iraní y normaliza las relaciones diplomáticas con Teherán, culmina unas negociaciones repletas de altibajos durante dos años, supone un paso en la protección del acuerdo de no proliferación nuclear tras un conflicto abierto con Irán por más de una década y marca un punto de inflexión en la ruptura que se produjo hace ya más de un cuarto de siglo, tras la caída del sha, entre el régimen de los ayatolás chiíes y EEUU a raíz de la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense en Teherán. Solo por todo ello, el acuerdo, que acota las capacidades nucleares iraníes a la industria pacífica y permite su supervisión por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), es ya un hito en las relaciones internacionales. Y como reconoció el propio presidente de la ONU, Ban Ki Moon, una demostración palpable del “valor del diálogo” como método para la resolución de conflictos, incluso en el caso de aquellos tan enconados como el que enfrentaba a Washington y Teherán. Sin embargo, el pacto posee además el valor añadido de la estabilidad que puede y debe proporcionar al delicado polvorín de Oriente Medio y, en consecuencia, al mundo islámico. Porque altera el equilibrio de las relaciones y de algún modo supone una advertencia a la intransigencia de Israel, totalmente opuesta al acuerdo, aunque Barack Obama se apresure a contener la airada reacción de su secular aliado, con su influencia en el intrincado conflicto palestino-israelí. Porque también condiciona la división, convertida en guerra sectaria, entre chiíes y suníes -con el Estado Islámico de fondo- por cuanto supone de advertencia, también contenida, para la autocracia suní de Arabia Saudí, el otro gran socio de Washington en la zona. Y porque el inicio del deshielo en las relaciones entre Irán y Estados Unidos, la apertura de la antigua Persia a la diplomacia occidental y la posibilidad de desarrollo económico -y por tanto social- que el levantamiento del embargo comercial supondrá para la sociedad iraní aportará nuevos impulsos de desarrollo al país y, con ellos, nuevos intereses en la seguridad regional.
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