El repentino anuncio realizado por Alexis Tsipras de la convocatoria de un referéndum el próximo domingo para que la sociedad griega se posicione sobre las condiciones que la Troika pretende imponer antes de aprobar un nuevo rescate constata la insolvencia del primer ministro de Syriza. Cumplidos cinco meses desde su victoria electoral, lograda en base a promesas rotundas de resistencia a las exigencias de la Comisión Europea, el BCE y el FMI, el Gobierno de Tsipras apenas ha logrado variar estas draconianas condiciones y los principios por los que parecía encaminarse un acuerdo esta semana sólo han llevado a chocar con un muro. La UE se apresuró ayer mismo a mostrar su rotundo rechazo al referéndum y advirtió de que se mantendrá inflexible en el plazo que vence este mismo martes. El camino emprendido por Tsipras le lleva ahora a saltar al vacío ante el rechazo de amplios sectores de la sociedad griega por la frustración generada y las contradicciones abiertas en la propia coalición Syriza que lidera. Dejar la decisión en manos de los electores griegos es tanto como admitir esa impotencia para llevar a efecto aquello por y para lo que el gobierno izquierdista fue elegido. Esto no debería llevar, en todo caso, a un referéndum sino a otras elecciones parlamentarias, con el consiguiente riesgo -para Grecia y Europa- de que la desestabilización económica lleve aparejada una aún mayor desestabilización política ante el previsible auge de movimientos más extremos. Ahora bien, en la falta de acuerdo también está muy presente la insolvencia política de la Unión Europea, atenazada por los intereses de los Estados, las presiones financieras y su deficiente configuración monetaria y económica. Que dos plenarios del Eurogrupo, dos cumbres de ministros y múltiples reuniones técnicas en la última semana hayan sido inútiles a pesar de que el Gobierno Tsipras hubiese mostrado importantes concesiones -en materia de control del déficit, retraso de las jubilaciones, nuevos impuestos o privatizaciones- que le dejaban en evidencia en Grecia, da perfecta idea de la nula flexibilidad de la Troika. Una actitud muy alejada de la laxitud que las instituciones de la UE mostraron cuando permitieron -y en algún caso alentaron- a sucesivos gobiernos de Atenas a dirigir al país al precipicio.