Cuando se acaba de cumplir un año desde que Felipe VI fuera proclamado rey tras un convulso periodo protagonizado por los comportamientos “poco ejemplarizantes” -según el lenguaje de la propia Casa Real- de los miembros de la familia del anterior monarca Juan Carlos de Borbón -incluido, evidentemente, él mismo-, poco ha cambiado en realidad en lo que respecta a la realidad de La Zarzuela, aunque la percepción e incluso la opinión social parecen haber variado de forma sustancial. Los meses anteriores a la sorpresiva abdicación del anterior rey y los primeros momentos tras su renuncia parecían anunciar cambios de calado en la Monarquía e incluso muchos quisieron ver el principio del fin de la propia institución. Nada de eso ha ocurrido, sin embargo. Más bien al contrario, en una magnífica operación de marketing político y social por parte de la Casa Real, la actual percepción es que el nuevo rey cuenta con un apoyo prácticamente incondicional entre las fuerzas políticas, los poderes económicos e incluso la sociedad. El mero maquillaje al que se ha sometido la Monarquía en el juego de las apariencias y de la imagen, sin necesidad de cambiar realmente nada, parece haber surtido el efecto deseado. Las aspiraciones de cambios profundos e incluso de reformulación de la Monarquía hacia una nueva institución más democrática, sometida, como las demás, al refrendo popular y al escrutinio social y mediático se han diluido casi por completo en menos de un año. Ha bastado para ello un nuevo talante, una buena comunicación-propaganda, una imagen renovada y un puñado de medidas cosméticas para dar la vuelta a la percepción social y -mucho más importante- a la demanda de cambio. Esto significa, de entrada, que se ha perdido una nueva oportunidad histórica para abordar por fin el debate pendiente sobre la Monarquía y su papel en un Estado en el siglo XXI, su carácter hereditario, su discriminatorio modelo de sucesión, sus privilegios y la legitimidad del actual monarca, heredero, como su padre, del designio directo del dictador Francisco Franco. Pero el hecho de haber dejado pasar esta ocasión no debe impedir que más temprano que tarde deba volver al debate público, incluido en un proceso global de regeneración que aborde la cada vez más necesaria segunda transición, esta vez profundamente democrática y libre.
- Multimedia
- Servicios
- Participación