el Papa Francisco aprovechó las celebraciones religiosas de la pasada Semana Santa para lanzar nuevos mensajes de alerta a la comunidad internacional para que “no asista muda e inerte al inaceptable crimen” que se está cometiendo contra miles de seres humanos en los conflictos armados de diversos países. También recordó a los “perseguidos, exiliados, asesinados y decapitados por el solo hecho de ser cristianos”. La última dramática muestra de esta persecución ha sido la masacre cometida por terroristas del grupo Al Shabab en la Universidad keniata de Garissa, donde fueron asesinadas 147 personas y en la que los asaltantes separaron a musulmanes de cristianos y dieron muerte a estos últimos, unos a tiros y otros por decapitación. Sin olvidar que ese mismo grupo terrorista ha asesinado antes a miles de musulmanes, que son las primeras víctimas si nos atenemos a parámetros cuantitativos. El Estado Islámico, por aludir al grupo que está actuando de forma más sanguinaria en los últimos tiempos, ha asesinado a muchos más musulmanes chiíes que a cristianos; incluso ha arremetido también contra algunas tribus suníes que considera un impedimento para la expansión de su Califato. El grupo Boko Haram -sus aliados en Nigeria- aterroriza a la población civil y se vale del secuestro masivo e indiscriminado de niñas para imponer su ley. La rama yemení masacra mezquitas chiíes en Saná, en manos de los hutíes que, a su vez, pasan a cuchillo a los suníes leales al derrocado gobierno de Abd Rabbuh Mansur al-Hadi. Mientras, Al Qaeda intenta rearmarse y tomar protagonismo en este loco escenario de fuegos cruzados. El Papa Francisco se ha referido también, como ha hecho en otras ocasiones, a la violencia que el fundamentalismo yihadista y otros fanatismos están infligiendo sobre todo aquel grupo que no se somete a sus dictados, independientemente de su credo, ideología política o condición social. O a la violencia desatada por la avaricia capitalista. Las víctimas se cuentan, por tanto, en decenas de miles, independientemente del espectro religioso, étnico o nacional al que pertenezcan. Y es esta realidad la que debe atender de forma urgente la comunidad internacional, sin esperar al cálculo geoestratégico o político de cada cual. La inacción internacional es la vergüenza más real para millones de seres humanos.
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