Los dos apretones de mano públicos que han protagonizado los presidentes de EEUU, Barack Obama, y de Cuba, Raúl Castro, y su participación conjunta en una reunión formal durante la celebración de la VII Cumbre de las Américas desarrollada en Panamá simbolizan un cambio radical histórico en las relaciones entre ambos países y en las políticas que las han caracterizado en los últimos 50 años al tiempo que abren una nueva etapa, absolutamente inédita, de diálogo y, quizá, de colaboración mutua en América. El gesto entre ambos mandatarios, que pocos dudan en calificar de histórico y trascendental, no significa únicamente el fin de una larga y nefasta era de enemistad total que -no hay que olvidarlo- ha estado a punto en varias ocasiones de transitar por vías bélicas especialmente peligrosas y que amenazaban con extenderse a todo el continente e incluso a nivel mundial, sino el inicio de la búsqueda de acuerdos mediante el diálogo, algo absolutamente impensable hace unos pocos años. Ya solo los elogios del líder cubano al presidente norteamericano -“hay que apoyar a Obama, es un hombre honesto”- y su exoneración de responsabilidades por la política de bloqueo hacia su país que ha sido santo y seña de todas las administraciones de EEUU durante medio siglo son síntoma de que estamos ante bastante más que una mera distensión. “Estamos dispuestos a hablar de todo”, aseguró Raúl Castro. El camino hasta llegar a esta situación no ha sido fácil, y tampoco lo serán las negociaciones que se abren a partir de ahora en búsqueda de acuerdos tangibles más allá de los meros gestos y de la primera medida anunciada, la apertura mutua de embajadas en ambos países. Lo conseguido, que es mucho, ha sido posible gracias a una voluntad política inherente a la actitud de Obama, que era sin duda quien más tenía que perder en su arriesgada apuesta, y a la necesidad de apertura de Castro dada la situación de deterioro del país. La política del diálogo frente a la confrontación es la que ha hecho fructificar una esperada imagen histórica que ahora el mundo espera que pueda extenderse por toda la región. Venezuela y Colombia, por motivos distintos, pero también otros países latinoamericanos miran con esperanza este nuevo tiempo. Por primera vez, el curso de la historia puede cambiar gracias al diálogo y al acuerdo y no a las armas.