En los Alpes franceses, 150 personas se nos han ido sin la posibilidad de despedirse. Y aquí estamos, en nuestro opulento Primer Mundo, desconcertados, irritados, abrumados y no sé cuantas cosas más. Ya tenemos casi todos los detalles sobre lo ocurrido y como espectadores lejanos hemos saciado nuestra curiosidad.

Sin embargo, cuesta evitar ponerse en la piel de familiares y amigos, intentando buscar un cierto consuelo ante tan brutal y doloroso adiós. ¿Por qué? Desnuda la razón, ¿dónde encontrar un poco de luz y calor?. ¿En la supervivencia de un amor que no se apaga, haciéndonos próxima la lejanía aparente de la persona amada? ¿Un amor reconvertido en energía y capaz de superar el abismo de la muerte? ¿De qué amor estamos hablando? ¿No será pura fantasía creer en un amor absoluto que nos lleva de la mano hasta algún tipo de inmortalidad?

Nadie podemos escapar de experiencias concretas de amor entre personas. Seguro que habéis sentido alguna vez, la energía que libera la cadena amorosa del dar-recibir-devolver. Lloramos la pérdida de quien nos dio, de un modo u otro, su amor. Tras haberlo recibido, no es tan importante el agradecimiento como percibir la alegría sentida por quien vivió dándonoslo. Así, podremos reconvertirlo en amor nuestro y devolverlo a quien lo necesite, para poder sentir la inmensa dicha de dar. En este sentido sí que el amor humano, transformado en energía, se inmortaliza de generación en generación poniendo la felicidad al alcance de nuestra mano. Una felicidad sin fecha de caducidad.