El papa Francisco reiteró ayer, como hiciera tras el Vía Crucis del pasado Viernes Santo, su mensaje de alerta a la comunidad internacional, para que “no asista muda e inerte al inaceptable crimen” que se está cometiendo contra cristianos en los conflictos armados de diversos países. El pontífice recordó, en su rezo de ayer en la Plaza de San Pedro, a los “perseguidos, exiliados, asesinados y decapitados por el solo hecho de ser cristianos”. La última dramática muestra de esta persecución ha sido la masacre cometida por terroristas del grupo Al Shabab en la Universidad de Garissa (Kenia), donde fueron asesinadas 147 personas y en la que los asaltantes separaron a musulmanes de cristianos, y dieron muerte a estos últimos, unos a tiros, otros por decapitación. El papa Francisco ha recordado que hay más mártires ahora que en los primeros siglos del cristianismo, y su llamamiento se encuadra, precisamente, en el marco de la celebración de la Semana Santa; pero el pontífice podría haberse referido también, como ha hecho en otras ocasiones, a la violencia que el fanatismo yihadista está infligiendo sobre todo aquel grupo que no se somete a sus dictados, independientemente de su credo, ideología política o condición social. Es más, cabe recordar que las primeras víctimas, si nos atenemos a parámetros cuantitativos, son los propios musulmanes. El Estado Islámico (EI), por aludir al grupo que está actuando de forma más sanguinaria en los últimos tiempos, ha asesinado a muchos más musulmanes chiíes que a cristianos; incluso ha arremetido también contra algunas tribus suníes que considera un impedimento para la expansión de su Califato. El grupo Boko Haram, sus aliados en Nigeria, aterroriza a la población civil y se vale del secuestro masivo e indiscriminado de niñas para imponer su ley. La rama yemení del EI masacra mezquitas chiíes en Saná, en manos de los hutíes que, a su vez, pasan a cuchillo a los suníes leales al derrocado gobierno de Abdo Rabu Mansur Hadi. Mientras, Al Qaeda intenta rearmarse y tomar protagonismo en este loco escenario de fuegos cruzados. Las víctimas se cuentan, por tanto, en decenas de miles, independientemente del espectro religioso al que pertenezcan. Y es esta realidad la que debe atender de forma urgente la comunidad internacional, sin esperar al cálculo geoestratégico de cada cual.
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