Todos estos asesinos obedecen a un mandato patriarcal misógino. Han aprendido e interiorizado que las mujeres existen para obedecerles, complacerles y servirles. Ellos son superiores y fuertes y ellas, despreciables y deshechables. La muerte llega, en la mayoría de las ocasiones, después de largos años de torturas físicas y psicológicas.

La violencia simbólica opera con tanta eficacia o más que la física. Y la estructural también. Las mujeres tenemos que hacer un arduo trabajo para desentrañar, exponer y combatir el miedo que nos inculcan. La violencia machista está macabramente normalizada y forma parte de nuestra cotidianidad o de nuestras biografías como mujeres.

Que al personaje de Sacamantecas se le haga revivir hoy en nuestras calles es una broma espeluznante. ¿Y si se hicera un juego en la calles de Baiona en la que chicos normales se disfrazan de agentes de las SS y se llevan a hombres y mujeres judías le veríamos la gracia?