Las informaciones, expuestas hasta cierto punto por las investigaciones de la Fiscalía de Düsseldorf, respecto a la salud de Andreas Lubitz, el copiloto que estrelló el Airbus 320, como origen de la tragedia del vuelo de Germanwings en que fallecieron 150 personas, han trasladado el debate sobre la seguridad en el aire de los aviones a sus pilotos y de los protocolos de certificación de la aeronavegabilidad de las aeronaves a los procesos de selección y formación y acreditación continua de sus comandantes. No cabe duda de que el hecho de que Lubitz fuese tratado hace años de lo que la propia fiscalía ha denominado “tendencias suicidas” y pese a ello lograra superar los cursos de formación de piloto pone algo más que en entredicho los sistemas de selección y seguridad de Lufthansa. También que, al ser esta compañía una de las más renombradas por la preparación y capacidad de sus pilotos, el problema se extiende a todas las aerolíneas e incluso a la normativa legal vigente al respecto por laxa o inconcreta. No en vano, que los intervalos de tiempo entre protocolos de verificación de su salud y la ambigüedad normativa respecto a las pruebas a realizar permitan una sola laguna de control como la acaecida ya es motivo suficiente para replantearlos de inmediato, del mismo modo que se replantea la situación del personal de cabina para exigir siempre al menos dos personas en la misma. Especialmente si no es el primer caso -se han documentado cinco diferentes- similar en la historia reciente de la aviación comercial y existía alguna crítica previa (como la del piloto holandés Jan Cocheret) que alertaba de una posibilidad semejante. Pero el dilema supera incluso ese ámbito para alcanzar a otros colectivos y la, al parecer, general falta de conocimiento, y de control, por las empresas -aeronáuticas o de otro tipo, privadas o públicas- respecto al estado real de quienes en el ejercicio de su labor soportan la responsabilidad que conlleva trabajar con un cierto índice de riesgo para sí mismo u otras personas. Que hoy, en pleno siglo de la comunicación digital permanente, la notificación de las bajas laborales dependa en esos casos, como es habitual y ha sucedido con Lubitz, de la exclusiva voluntad de la persona en cuestión es, además de un contrasentido, un peligro añadido para su seguridad personal y la de aquellos con quienes se relacionan tanto el trabajador como la propia empresa.