Como era previsible dadas las circunstancias y el modus operandi de los autores del bárbaro atentado del miércoles en Túnez, el Estado Islámico (EI) reivindicó ayer el ataque que tuvo lugar en la capital, en concreto en el Museo del Bardo, y que concluyó con el trágico balance de al menos 23 personas muertas, la gran mayoría de ellas extranjeras. Se trata, por lo tanto, de un nuevo e intolerable ataque de corte yihadista, planeado y ejecutado con un triple objetivo: imponer el terror indiscriminado y la absoluta falta de seguridad en cualquier lugar del mundo; extender su mensaje propagandístico de muerte; y tratar de hacer descarrilar el aún incipiente y frágil proceso democrático que se lleva a cabo en Túnez, único país de la denominada primavera árabe en el que ha germinado, siquiera de manera formal, una evolución política marcada por la participación, el pluralismo político y el voto libre. Ese ha sido, precisamente, el principal propósito de los terroristas, dar al traste con un proceso de apertura en un país árabe que podía poner en peligro su delirante objetivo de crear un gran estado islámico. De ahí que el atentado de Túnez tenga una significación especial, mayor aún que, por ejemplo, los perpetrados recientemente en París o Bélgica. El calculado ataque consiguió, así, ofrecer una doble dimensión, en la medida que supone un asalto directo contra las veleidades del régimen tunecino -excesivamente laico, según los extremistas islámicos- y, en tanto que tal, un aviso y una amenaza directa contra tanto aperturismo y tanto laicismo, pero por otra parte el objetivo directo fueron los turistas, entre los que murieron personas de nada menos que ocho nacionalidades distintas. “No disfrutaréis de seguridad ni os será concedida la paz mientras el Estado Islámico tenga hombres como estos que no se duermen en mitad de los agravios”, anunciaron ayer los terroristas en su reivindicación, buscando un evidente efecto multiplicador. Tras este brutal atentado, Túnez se encuentra ahora en una gran encrucijada: ceder al terror y dar marcha atrás en sus avances democráticos y de libertad o consolidar y profundizar en las reformas. La UE, que se ha mostrado “horrorizada” por el atentado, debe volcarse en hacer posible esta última opción apoyándola de forma inequívoca y efectiva a riesgo de que el país norteafricano caiga también en manos del extremismo islamista.
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