la presentación de las cuentas de Kutxabank durante el pasado año -con un excelente resultado de 150 millones de beneficio, un 38% más- y la rueda de prensa de su presidente, Gregorio Villalabeitia, respecto a los últimos acontecimientos que han sacudido la actualidad del banco vasco deberían servir para amortiguar la conmoción y encauzar la gestión de la entidad hacia lo que realmente le exigen el presente y el futuro. No quiere esto decir, sin embargo, que Kutxabank deba olvidar o ignorar lo sucedido en el caso Cabieces, aun cuando internamente está muy presente, pero no debe ser una prioridad -ni siquiera un condicionante- toda vez que se han recuperado los pagos efectuados al exdelegado del Gobierno y la situación de los impositores y los propietarios del banco no sufre más menoscabo que el de la imagen de la entidad financiera. En ese sentido, la decisión del Consejo de Administración de no personarse en la causa abierta contra el expresidente Mario Fernández se antoja lógica y razonable. Lo verdaderamente relevante en este punto del ya excesivamente largo debate en torno a Kutxabank -a veces larvado, pero constante desde antes de la denominada fusión fría a tres bandas en enero de 2012, hace ya más de dos años- es la perseverancia en el éxito del modelo desarrollado hasta entonces por las cajas vascas. Aun si ahora el banco vasco debe actuar dentro de los nuevos modelos bancarios impuestos a consecuencia de escandolosos modos de gestión que, a pesar del caso Cabieces, han sido siempre ajenos a las entidades financieras vascas. La aprobación por la Comisión Nacional del Mercado de Valores del Protocolo de Gestión de la participación financiera de las cajas como accionistas de Kutxabank da paso ahora a la creación, en un plazo de cinco años, del fondo de reserva que, según las obligaciones marcadas por la nueva ley bancaria, les permita a las fundaciones mantener su participación por encima del 50% y, por tanto, cerciorar el control vasco del banco. Porque será ese control el que, como se ha demostrado a lo largo de más de un siglo, asegure la imbricación del banco con su entorno local y, a lomos de esa relación, prolongue su fortaleza y solvencia para que los beneficios reviertan en la aportación a la obra social de sus fundaciones.