El reciente anuncio de la consejera de Desarrollo Económico y Competitividad del Gobierno Vasco, Arantza Tapia, de un nuevo plan de subvenciones de la inversión industrial productiva confirma la apuesta de la principal institución de nuestro país por proteger, innovar y desarrollar el corazón de la actividad industrial que tradicionalmente ha alimentado el músculo socioeconómico vasco. Que dicho plan de subvención de la inversión se centre además en zonas declaradas desfavorecidas por la Unión Europea, en este caso debido al coste que la actual crisis ha tenido para su tejido industrial, supone asimismo que ese plan deberá desplegar un efecto cohesionador desde la pretensión de ofrecer una recuperación en las áreas que sufren tasas altas de desempleo. Y si además es capaz de aprovechar la apertura por Europa del mapa de ayudas regionales más allá de las pymes, debería asimismo permitir el afianzamiento de industrias con capacidad de arrastre en el sector de los servicios industriales y, a través de ese efecto tractor, que nuestra industria recupere el peso que tradicionalmente ha tenido en el PIB vasco. La pretensión, explicitada ya el pasado octubre por el lehendakari Urkullu de que la industria de Euskadi -que no hace tanto rondaba el 29% del PIB y ahora se encuentra en el 21%- empiece a recuperar esa preponderancia económica, mediatizada en los últimos años tanto por la dificultades de la propia actividad industrial como por el impulso de nuevos sectores emergentes, se cifra en llegar de nuevo a que uno de cada cuatro euros del PIB vasco provengan del sector industrial, lo que hallaría cauce en ese plan de industria “avanzada e inteligente” denominado Basque Industry 4.0. Ahora bien, siendo esto así y respondiendo el impulso que se pretende desde el Gobierno Vasco a la lógica de las necesidades del propio desarrollo del país a través de un esfuerzo de apoyo a la innovación industrial como base sólida de la economía y el empleo, no es menos cierto que dicho esfuerzo institucional no es suficiente y precisa sobre todo de que los agentes -evidentemente el sector empresarial, pero también las centrales sindicales- se impliquen, desde sus diferencias e incluso con sus pretensiones y reivindicaciones, en el objetivo común de afianzar nuestra industria en la nueva era que se abre en este siglo XXI.