no se trata ya de si la Unión Europea es capaz de mantenerse como paradigma de derechos y bienestar en un panorama global desquiciado, sino de si es capaz de mantenerse siquiera en su actual estado -todavía embrionario- de confederación de Estados. La nueva crisis del euro, que se creía sorteada pero vuelve a asomar de la mano de la deuda de Grecia, evidencia toda la debilidad interna de una Europa que juega con fuego, al tiempo que soporta una gran presión exterior: por el sur, la incontenible inmigración y la brutal amenaza yihadista y por el este, las ambiciones de Rusia o su inusitada y desmedida reacción ante el proyecto europeo de captación de mercados y alianzas en los países que hasta hace poco estaban en la órbita de Moscú, hasta el punto de no haber sabido prever, evitar ni detener la guerra en Ucrania. Sin obviar ciertos intereses encontrados del amigo americano, receloso con el desarrollo de una gran Europa unida. Porque, de momento, el viejo continente no ha hecho sino mostrar limitaciones. Y es que se ha demostrado incapaz de diseñar una alternativa al inútil cierre de fronteras frente a la inmigración, ha carecido de una política nítida y una acción diplomática conjuntada frente al yihadismo y se ha mostrado ineficaz en la disuasión de Rusia -delegando la ardua labor en Alemania y Francia- e impotente para hacer cumplir a Moscú. Y todo ello no es sino el resultado de una absoluta ausencia de cohesión interna que ha puesto en evidencia la disparidad de planteamientos en el Eurogrupo respecto a la petición de ampliación o prórroga del rescate de Grecia. No sólo Alemania, sino también los Estados bálticos, España e incluso países periféricos como Eslovenia -cada uno por su particular motivo- se oponen a aceptar las escasas condiciones que el Gobierno de Alexis Tsipras ha sido capaz de redactar junto a su absoluto acatamiento de los requisitos europeos. Y lo hacen opuestos a quienes -como Francia o Italia- consideran que la salida de Grecia del euro provocará un seísmo con forma de dominó que acabará con el euro y la Unión Europea. Así que el acuerdo, que de una manera u otra llegará, se alcanzará por evitar un mal mayor y no por el bien de Europa, que de ese modo podrá seguir jugando con fuego. La pregunta es, ¿hasta cuándo?