Me descubro ante tal fidelidad al compromiso adquirido. Los comparseros responden por sí mismos, por su grupo y por el público valiente que, paraguas en mano, participa de ese sacrificio espartano y, a ritmo de samba, batucada o swing, menea manos, pies y caderas y reparten sonrisas y caramelos.
Y luego me dicen que en Vitoria es difícil mover a la gente. Según para qué y quién. Y en lo que a los actos de la Iglesia se refiere, será cuestión de analizar si falla el mensaje, el mensajero, el canal o el receptor.
Aquí y allá, se mueve la gente que quiere moverse. Y quien quiere moverse de verdad aguanta lo que le echen, desde jarros de indiferencia hasta chubascos intermitentes. Los Carnavales ofrecen una inversión garantizada. Y desde la Iglesia, ¿qué emoción tangible garantizada ofrecemos? Y como Galileo se puede responder “eppur si muove”, y sin embargo, se mueve.