El papa Francisco ha insuflado una bocanada de aire fresco a la Iglesia católica desde el inicio de su pontificado. Sus palabras han sacudido conciencias anquilosadas en la estructura eclesial y sus hechos han comenzado a introducir cambios en la burocratizada curia vaticana. No es que Jorge Bergoglio haya dado un golpe de timón, pues una nave de la envergadura de la Iglesia católica no puede virar en un lapso corto (ni siquiera medio) de tiempo, pero la derrota que se intuye va a fijar en su mandato augura una comunidad eclesial más acorde a la esencia de su ser, a los fundamentos y pilares que sostienen su doctrina original. Desde la Iglesia vasca de base (y al fin y al cabo un edificio siempre se sostiene por la base) no son pocas las voces que muestran, en público y en privado, su comodidad con el discurso del papa Francisco, y su esperanza en la llegada de un tiempo nuevo. No en vano, los últimos años han sido muy frustrantes para quienes durante décadas apostaron, trabajaron y consiguieron en buena medida un modelo de comunión entre los representantes de los diferentes órganos de gestión doctrinal y administrativa de la Iglesia vasca, y las comunidades de base y los fieles en general. El papado de Juan Pablo II trajo consigo una injerencia externa chocante con el modelo de Iglesia que se estaba tejiendo en las diócesis vascas desde tiempos, además, en los que el régimen político del Estado español no era ni mucho menos propicio para facilitar dinámicas de avance hacia posturas no retrógradas. La presencia del nuncio Mario Tagliaferri, que entre 1985 y 1995 cambió en el Estado español 60 obispos por otros tantos prelados afines, junto a la mano dura de Ángel Suquía y Antonio María Rouco, sentaron las bases de lo que sería un acoso y derribo hacia los sectores más renovadores de la Iglesia. Ahí comenzó a fraguarse el principio del fin de la aspiración de una provincia eclesiástica vasca y de las dinámicas de colaboración entre todas las diócesis (incluida la de Baiona) de los territorios del país. El trabajo de zapa realizado en aquellos años ha dado sus frutos: un obispo castrense en Iruñea, un prelado integrista en Baiona, un no menos conservador puntal en Gipuzkoa, un incierto relevo en Gasteiz... La esperanza de retomar el camino de una Iglesia vasca con personalidad propia está puesta en el nuevo tiempo inaugurado por Francisco, pero dadas las bases sentadas, las dudas son muchas.