A finales de siglo, nuestros políticos nos vendieron la milonga de la Unión Europea, destinada a ser el primer lugar en el mundo donde se hiciera realidad la quimera de los animales de compañía atados con longaniza.
Han pasado los suficientes años como para que podamos hacer un breve balance: la peor crisis que hemos conocido y una clase media convertida en un páramo por los recortes sociales y el castigo impositivo al que se la ha sometido mientras se les reducía a las grandes fortunas. Y unas políticas hechas a la medida de los mercados, de los banqueros, de las grandes empresas y los especuladores.
El verdadero sueño es una Europa que anteponga los intereses de los ciudadanos y de los pueblos al de los Estados, los mercados, el capital y las finanzas. Una Europa que no financie con cargo a sus presupuestos los derechos dinásticos de sus casas reales, convertidas en un anacronismo, así como a las diferentes iglesias. Una Europa donde el derecho a un puesto de trabajo y a la vivienda se convierta en una realidad, donde las desigualdades sociales sean cada vez menores, donde se respeten todos los derechos de todas las personas y se denuncie y se castigue a las naciones que no lo hagan. Una Europa que dé la voz a los ciudadanos abriendo cauces efectivos de participación en las decisiones políticas, donde quien más tenga, más pague y donde se apueste por la solidaridad entre todos los pueblos. Castigaré a los viejos partidos que, a pesar de sus discursos huecos y repetitivos, no luchan por esta Europa.