la merma de popularidad de la Monarquía española y su lenta degradación en los últimos años de reinado de Juan Carlos I han generado un intenso debate social y político, corroborado en su parte más negativa en los trabajos demoscópicos. Ese deterioro, que no ha sido ajeno ni a los tentáculos de la corrupción, ha empujado a Felipe VI a adoptar medidas que posiblemente tienen más que ver con la pervivencia de su mandato que con una adaptación a los nuevos tiempos, algo a lo que siempre se resiste un sistema de gobierno anacrónico. Para palpar ese giro de los Borbones reinantes provocado por la presión social y los propios defensores del régimen, basta darse una vuelta por las hemerotecas, ahora que el nuevo monarca se ha autoimpuesto una rígida normativa en lo concerniente a los regalos. Después de tres decenios conociendo los pomposos y múltiples donativos que aceptaba el rey Juan Carlos I y siguiendo la pauta -aunque de una manera mucho más laxa- que se estila en EEUU, la Casa Real acaba de hacer pública una nueva normativa interna que contempla que los miembros de la familia no podrán aceptar regalos caros, obsequios que busquen una finalidad comercial o publicitaria o que comprometan las funciones de la institución. En ese punto y aparte que pretende escribir en el inicio de su reinado Felipe VI, no es un asunto menor -en estos tiempos de escaseces y recortes- poner coto a las dádivas que aceptaba su padre. Presentes que iban desde un yate valorado en 18 millones de euros sufragado por empresarios de Baleares -donde veraneaba la familia real-, el Porsche que le entregó Javier de la Rosa -luego encarcelado por delitos financieros- o hasta los Ferrari de un jeque. Algo que en otro tiempo parecía práctica normal, pero que llevó a una familia sin fortuna -su padre Juan de Borbón sobrevivía en Estoril durante la dictadura gracias a las ayudas de amigos y arribistas- a amasar una gruesa fortuna. A Felipe VI le van a hacer falta algo más que gestos como este para frenar la creciente opinión que aboga por un régimen republicano. Con estas medidas, por otro lado, no hace sino poner de relieve lo que fue una práctica habitual del anterior monarca y los numerosos acuerdos y voluntades que se ganaron a base de regalos. Servir a los intereses de España, le llamaban.
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