gasteiz se vistió ayer de lila y tuvo en sus calles focos inusuales de atención. Desde las fotos de los representantes institucionales ante las fachadas de las sedes del Gobierno Vasco o del Palacio de la Diputación alavesa, hasta la novedosa iniciativa de las veteranas y activas mujeres del colectivo Urban Knitting ante la escultura de El Caminante que ilustran la portada de DNA o la manifestación de los colectivos feministas en la Plaza de la Virgen Blanca, el Día Internacional contra la violencia machista fue ayer un nuevo clamor contra el patriarcado. Una subordinación de poder que siguen padeciendo miles de mujeres en sus diversas manifestaciones, desde los maltratos físicos hasta las relaciones de desprecio y menoscabo implícito, la supeditación a los roles de dependencia socialmente tan arraigados o las formas de sexismo “más sutiles y normalizadas”, como subrayaba ayer la declaración institucional de Emakunde y el Gobierno Vasco. Es una realidad que cada 25 de noviembre cobra protagonismo en la calle y en las declaraciones oficiales, pero que a partir de hoy se seguirá viviendo cada día en silencio en miles de hogares y en las relaciones sociales cotidianas marcadas por la discriminación de mujeres de todas las edades, formación y condición. La expresión más sangrante -en el sentido literal de la expresión- son los trágicos episodios de violencia de género -más de una treintena de mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en Euskadi durante la última década y actualmente 600 requieren protección en Álava al verse amenazadas- que no cesan. Cuando se cumplen diez años de la aprobación de la Ley Integral contra la Violencia de Género -una norma entendida como un referente para visibilizar y poner fin a este drama social- la acción legislativa y judicial se muestra insuficiente a la vista de los resultados. Ha habido innegables logros -como sacar el problema del ámbito familiar- pero el camino recorrido está lleno de sombras ante la falta de recursos -que los recortes han acentuado- y la pervivencia de una cultura machista. Y es que esta violencia es la consecuencia brutal de la desigualdad, de un modelo de masculinidad que justifica la dominación y de una cultura machista que se sigue reproduciendo entre los jóvenes y que cada día asesta duros golpes soterrados, aunque muchas veces no suenen.
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