Tenemos miedo al punk, al metalero, a todo aquel que se sale del guión, al que no cumple con la lista de requisitos que exige nuestra sociedad. Tememos al cambio, al inconformista y nos atemoriza el que decide no ser un mero títere de un espectáculo de marionetas dirigido por prejuicios y falta de valores. Vivimos bajo la dictadura de la superficialidad, donde se castiga el conocimiento y se premia la estupidez. Es normal que haya miedo si al que rompe con lo establecido se le graba la palabra raro en la frente.
Basta ya de callarse, de aceptar esta vergüenza, de juzgar imagen y no actos, de que se rían en nuestra cara. Es hora de que abandonemos los prejuicios y dejemos de matar ruiseñores. Olvidémonos de enfrentarnos al que se queja y empecemos a darnos cuenta de que nuestros verdaderos enemigos visten de traje y corbata y viajan en primera.
Mientras sigamos teniéndonos miedo los unos a los otros serán ellos los que ganen. Así que dejemos de torturar al diferente.