Las alteraciones del sueño con los adelantos o retrasos horarios se deben a la modificación de nuestro reloj biológico o ritmo circadiano, que produce una variación en el ciclo del sueño. La sincronización de nuestros relojes internos tiene lugar alrededor del quinto día tras el cambio de hora, no en términos de actividad, sino en relación al tiempo de descanso.

Además de esta alteración puntual en el ritmo del reposo, es importante destacar que, en general, no dormimos lo necesario para lograr un descanso adecuado y que casi el 20% de la población tiene excesivo sueño durante el día.

En este sentido, es necesario iniciar una cultura global en la que se aprenda la importancia de dormir bien y se interiorice que este proceso forma parte de nuestra condición, igual que respirar. La expresión popular ya dormiré mañana hay que cambiarla porque el sueño, a pesar de lo que se cree comúnmente, no se recupera.

Los horarios actuales, tanto laborales como sociales, así como ciertos hábitos poco adecuados, no favorecen en nada el desarrollo de una cultura del sueño apropiada. Salir del trabajo demasiado tarde y cenar todavía más, una programación en la televisión que invita a trasnochar o el uso de dispositivos electrónicos antes de dormir son sólo algunos ejemplos que perjudican la conciliación del sueño y reducen sus horas.

Un cambio de costumbres y unos horarios más racionales, como los establecidos en otros países europeos, podrían ayudar a impulsar esta revolución, tan necesaria para la salud. Una cultura en la que estuviese presente la regla de los tres ochos: ocho horas para trabajar, ocho horas para el ocio u otras actividades y ocho horas para dormir.