EL discurso de Felipe VI por su proclamación como rey de España, destinatario de toda suerte de elogios en la corte política madrileña, da sin embargo continuidad a la retórica de Estado habitual del reinado del saliente Juan Carlos I. Retórica, por otra parte, sin el contenido imprescindible para dar lugar a conclusiones. En cualquier caso, la utilización reiterada del término "nación" y la triple alusión a la "unidad" de España hacen incluso innecesaria cualquier referencia a los evidentes problemas de encaje de Catalunya y Euskadi derivados del incumplimiento y/o vaciamiento de los pactos que se entienden dentro del mismo bloque constitucional en el que se inserta la monarquía parlamentaria a la que se refiere el nuevo monarca. Problemas a los que no se les puede pretender colocar el velo de la diversidad cultural citando a Aresti y Espriú o mediante el uso mínimo del idioma -"moltes gracias, eskerrik asko"- y que, ante un discurso huero no ya de aportaciones sino hasta de intenciones, explican sobradamente el silencio del president Mas y el lehendakari Urkullu. ¿O alguien osa traducir la alusión de Felipe VI "ante los desafíos que afectan a la convivencia" al concurso "de los ciudadanos, de su impulso, su convicción y su participación activa" como un ínfimo alegato a la capacidad de decisión? No, no será obviando el problema como Felipe VI aporte credibilidad al "proyecto integrador, sentido y compartido" que dice pretender el nuevo jefe del Estado; ni a "la independencia", "neutralidad política" y "vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas" que se atreve a atribuir a la Corona; tampoco a la asunción de las funciones de arbitrio y moderación que, según asume, le reserva la Constitución. Por lo demás, la búsqueda de la cercanía y el respeto del ciudadano mediante una "conducta íntegra, honesta y transparente" en la Casa Real difiere de la percepción social del periodo inmediatamente anterior, al que pese a todo el propio Felipe de Borbón explicitó ayer en el discurso su homenaje. Y la pretensión regia del bienestar, de "la solidaridad con los ciudadanos golpeados por la crisis" o el "deber moral de ofrecerles protección", que tanto contrastan con la realidad del Estado y la política de su gobierno, no son sino lugares comunes -tanto como los "lazos" con Latinoamérica" o los "vínculos" con los países árabes- de los discursos de la jefatura de Estado en los últimos 39 años.