el rey Juan Carlos de Borbón pone fin a 39 años de reinado con pocas luces y muchas sombras, por mucho que la historia oficial haya aumentado sus esfuerzos en los últimos días, tras el anuncio de la abdicación, para vincular al monarca con la llegada de la democracia y el progreso económico. En realidad, ni la democracia ni el progreso están vinculadas directamente a su persona ni a su acción institucional. Al contrario, fue usufructuario del atado y bien atado que impuso el franquismo a la democracia y sigue habiendo importantes nubarrones sobre su papel y gestión en los años duros de la transición, incluso en el mismo intento de golpe de Estado del 23-F. Su papel en la solución de los problemas de vertebración económica y territorial del Estado en Euskal Herria, Catalunya, Canarias o Galicia ha sido no sólo inocuo como interlocutor o intermediario influyente, sino evidentemente parcial en favor de las tesis del centralismo español uniformador. Tampoco hay razones objetivas para pensar que la Monarquía juancarlista -más allá del tópico del campechano- haya sido un elemento clave en el desarrollo económico ni en la incorporación del Estado español al ámbito internacional tras la dictadura franquista. Ni mucho menos aún que su peregrinaje haya tenido relación alguna en el ámbito socioeconómico que no haya sido el situarse siempre al lado de la oligarquía política y financiera. Es evidente que el sistema de alternancia bipartidista pactado que ha gobernado estos 40 años hubiera funcionado igualmente sin su presencia. Ha sido, en este sentido, un personaje prescindible, sobre el que además penden las largas sombras del origen de su fortuna actual, de la opacidad de sus ingresos o de las sospechas sobre sus negocios y de otros miembros de la familia real. Ni siquiera, casi 40 años después, la sociedad conoce con transparencia y certeza las razones objetivas de su abdicación. Se va Juan Carlos de Borbón -con un blindaje penal apresurado e ilimitado- y llega por la vía de la sangre su hijo Felipe, que será proclamado hoy en medio de grandes escenificaciones oficiales, fuertes medidas policiales y prohibiciones absurdas de muestras republicanas. La herencia genética no es un modelo democrático de acceso al poder y no parece que su comienzo pueda variar el peso de las sombras sobre el reinado de su padre.