La puesta en práctica desde la próxima semana del programa Gertu por el Gobierno Vasco -a través de la Secretaría General de Paz y Convivencia, que dirige Jonan Fernández, y la Dirección de Víctimas, que lidera Monika Hernando- da continuidad pero también profundiza y actualiza la atención a las víctimas de terrorismo con un avance cualitativo reseñable: la relación personal que prevé dispensar. La labor de Aintzane Ezenarro, Enrique Uribarri y la propia Monika Hernando y su trato directo con, de momento, trescientas víctimas debe en ese sentido conjugar las tres acepciones -disposición, cercanía, certeza- reunidas en el término gertu que da nombre a la iniciativa y, a través de las mismas, paliar la que quizás ha sido la principal carencia que las propias víctimas del terrorismo han detectado en los bienintencionados, pero a veces infructuosos, intentos institucionales de acompañamiento en el dolor provocado por la injusticia de la violencia. No se trata únicamente de que las víctimas tengan voz para hacer llegar a la sociedad vasca la dura realidad vital que han debido atravesar, sino de que la sociedad vasca, conocedora de ese dolor, les escuche con atención y pueda atender sus demandas a través de los mecanismos institucionales pertinentes, en este caso, la Dirección de Víctimas. Pero, sobre todo, de proporcionar la empatía que quienes han sufrido personalmente la lacra de la violencia han podido echar en falta. Además, al hacerlo en virtud de una responsabilidad que nos concierne a todos, esa conjugación de disposición, cercanía y certeza también desdecirá -aun cuando esto se sitúe en un nivel muy inferior en el orden de prioridades- las reiteradas y maliciosamente generalizadas acusaciones que sobre una presunta indiferencia hacia las víctimas de la violencia se han lanzado contra los vascos y sus instituciones. Sin olvidar que la inclusión social de las víctimas, su reconocimiento, son imprescindibles para terminar de superar décadas de confrontación y culminar con éxito el proceso de normalización que se desarrolla en Euskadi; que su participación en el mismo, sus aportaciones a la memoria de lo ocurrido, son esenciales para confeccionar un relato histórico lo más cercano posible a la realidad, liberado de prejuicios políticos en la percepción de unos hechos que son ante todo y sobre todo injustos.