sólo unas horas después de que la maquinaria de propaganda política y mediática del Gobierno del PP pusiera en marcha una dinámica de euforia por el descenso del paro registrado en abril, que se tradujo en época electoral como una incipiente mejora de la situación socioeconómica, Bruselas volvió a echar ayer un jarro de agua fría sobre el optimismo oficial. En su primer informe emitido después del rescate bancario, la Comisión Europea, además de seguir mostrándose especialmente preocupada por el "extremadamente elevado" índice de paro que arrastra el Estado español, criticó las últimas medidas en políticas activas de empleo -especialmente la tarifa plana de 100 euros de cotización a la Seguridad social para los nuevos contratos indefinidos- e insistió en la necesidad de imponer una nueva subida del IVA y una bajada de las cotizaciones. Y los burócratas europeos sentenciaron en su conclusión que "España tendrá que continuar en la senda del ajuste económico durante bastante tiempo para librarse de las cargas de los desequilibrios existentes". Es decir, en román paladino, más vueltas de tuerca y una forma eufemística de exigir políticas antisociales y antidéficit para satisfacer la carga de la deuda adquirida con los mercados internacionales y los grandes bancos europeos. En este sentido, aunque los expertos de Bruselas le hagan bajar a la tierra al Gobierno de Mariano Rajoy, siguen con su retahila de recetas basadas en planteamientos ideológicos en favor de la economía especulativa de recortes y de reducción de derechos en el Estado de Bienestar. A su vez, no hay ni una sola exigencia al Gobierno para que fuerce a la Banca a devolver una parte de las ingentes inyecciones de dinero público destinado al saneamiento del sector financiero o para que abra el crédito a empresas y familias. Y es que tanto los gobiernos conservadores europeos como los socialdemócratas del francés Manuel Valls o el italiano Matteo Renzi han terminado desfilando por el redil de la política de recortes y restricciones ante los altares de Bruselas, el BCE o Berlín. Quizás estas elecciones europeas se conviertan una oportunidad para buscar vías alternativas a las que parecen atenazar a las grandes corrientes conservadora y socialdemócrata, carentes de política global europea y presas de los intereses financieros particulares de los grandes Estados.
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