Las grandes superficies comerciales, no sólo en Vitoria, sino en todas las ciudades de la civilización occidental, ofrecen grandes ventajas y comodidades al consumidor. No sólo ofrecen unos precios -gracias a su poder de negociación en compras masivas o a su producción en países asiáticos- con los que el pequeño comercio no puede competir, sino que facilitan aparcamiento, reúnen en un solo centro el abanico de tiendas que cubren todas nuestras necesidades -y alguna más que nos crean sobre la marcha- sin necesidad de tener que andar pateando las calles de la ciudad, nos programan los hábitos de consumo para que no tengamos que pensar y encima nos ponen bares, restaurantes, boleras y txikiparks en los morros para que no tengamos que salir de gran superficie ni siquiera para un rato el esparcimiento. Todo en uno. Entonces, ¿por qué tendríamos que apoyar al pequeño comercio en nuestras compras en el Ensanche, en el Casco Viejo o en las tiendas de toda la vida de nuestro propio barrio?
Desde luego, tendría que ser no por una decisión racional del homo economicus, sino por otros factores. Quizás porque en una ciudad pequeña como Vitoria la convivencia en la calle sigue siendo importante, quizás porque el trato humano del pequeño tendero sigue siendo un valor o quizás porque a veces es conveniente no andar con prisas para las compras cuando éstas son sólo un pretexto para dar una vuelta, patear las calles y encontrarnos con nuestros vecinos. Pero claro, las estrategias de las grandes superficies comerciales no entienden de estas pequeñas cosas.